31 de marzo, 2022

En momentos tan dramáticos como los que estamos viviendo con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la transformación profunda del escenario geopolítico exige al mundo empresarial un esfuerzo adicional en innovación.

Todos hemos tenido que adaptarnos a la globalización vertiginosa que hemos vivido después del final de la Guerra Fría y el impacto auténticamente revolucionario de la digitalización. Asimismo, estamos viendo con toda su crudeza que debemos reorientar nuestras políticas energéticas y medioambientales en el marco de la lucha contra el cambio climático y las emisiones de efecto invernadero, pero teniendo en cuenta la seguridad y la competitividad de los suministros energéticos en un mundo conflictivo más que cooperativo y que obliga a repensar nuestras cadenas de valor.

Unas cadenas de valor globales surgidas desde finales del siglo pasado al incluir no sólo a los países del antiguo bloque comunista sino también a las denominadas economías emergentes, de manera que, buscando la máxima eficiencia, podíamos obtener los inputs necesarios en cualquier lugar y vender nuestros productos y servicios también en cualquier lugar del planeta.

Sin embargo, ese mundo global va transformándose cada vez más en uno caracterizado por una confrontación en todos los terrenos (comercial, inversiones estratégicas, áreas de influencia, acceso a materias primas y componentes esenciales, tecnológico y, también militar). Pero va más allá: estamos entrando en una pugna sistémica entre dos maneras fundamentales de entender la política, la economía y las relaciones sociales. Entre sociedades abiertas con libertades y derechos individuales garantizados y sociedades controladas por un poder político autocrático y de naturaleza totalitaria.

Las consecuencias son visibles: tensiones en precios y cantidades (ya muy evidentes con la pandemia y ahora agudizados por la guerra) en muchos mercados, como los energéticos, los de materias primas minerales o de gases nobles, tierras raras, o en componentes estratégicos como los microprocesadores, cada vez más imprescindibles para el desarrollo de muchos sectores clave de la economía. También tensiones logísticas y de transporte que cuestionan las estrategias “just in time” y cuellos de botella enormemente perjudiciales.

Vuelve el debate sobre la conveniencia de “relocalizar” ciertas actividades, diversificar las fuentes de suministro, mantener reservas estratégicas o reducir dependencias de países conflictivos que generan excesivas vulnerabilidades (algo que nos afecta mucho a los europeos al basar nuestro proyecto político en una globalización abierta y cooperativa y en un multilateralismo eficaz).

Y, por lo tanto, vuelve la necesidad de ser innovadores también en este ámbito. Si desconocemos la nueva realidad y no nos adaptamos a ella, el mercado será implacable.

Una adaptación que va a requerir inversiones importantes, estrategias políticas distintas, asunción de nuevos costes inevitables, y mucha innovación.

Nada nuevo para Innobasque y las empresas vascas. Pero que hay que afrontar con recursos, método, estrategia y equipos humanos preparados. Como todos los retos empresariales, mediante la concienciación y la motivación de los máximos ejecutivos de las compañías y que se transmita de arriba abajo pero también de abajo arriba en un constante proceso de cambio y adaptación cada vez más vertiginoso.

Un nuevo desafío al que, estoy seguro, nuestras empresas sabrán responder como lo han hecho en el pasado o lo están haciendo en el presente. Pensando, como siempre, en un futuro mejor, competitivo y capaz de ser rentables, y crear riqueza y empleo de calidad. En definitiva, el principal objetivo de todo proyecto empresarial sostenible.

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