El sistema comercial internacional atraviesa un momento de gran transformación. Tras décadas de apertura creciente y liberalización, hoy se impone una lógica de mayor fragmentación, incertidumbre y rivalidad geotecnoeconómica que amenaza con redefinir las reglas del juego global. Dicho de otro modo, se habla de “desglobalización” o “reconfiguración de la globalización”, y tiene implicaciones directas no solo para el comercio, sino también para el modelo de innovación y competitividad de las economías avanzadas.
Dos recientes análisis —uno del Real Instituto Elcano sobre las perspectivas del comercio mundial y el papel de la Unión Europea, y otro de la Information Technology and Innovation Foundation (ITIF), centrado en los efectos de la guerra comercial en la innovación estadounidense— permiten entender mejor este nuevo escenario y las tensiones que lo atraviesan.
Actualmente nos encontramos en un momento de transición hacia un nuevo orden comercial en el que los criterios de seguridad económica, autonomía estratégica y rivalidad tecnológica están ganando terreno frente a la lógica de eficiencia global. La invasión rusa de Ucrania, la pandemia de COVID-19 y las tensiones crecientes entre Estados Unidos y China han puesto de relieve la vulnerabilidad de las cadenas de suministro globales y han catalizado políticas industriales y comerciales más proteccionistas.
Las barreras comerciales como los aranceles pueden debilitar la innovación al aislar industrias clave de los mercados globales, mientras potencias como China avanzan con estrategias integradas de expansión tecnológica y comercial.
Esta transformación no implica un colapso del comercio mundial, pero sí una redefinición de sus flujos y prioridades. La regionalización de las cadenas de valor, la relocalización de sectores estratégicos y la priorización de acuerdos entre “países afines” (friendshoring) son algunas de las manifestaciones más visibles de esta tendencia. En este contexto, la Unión Europea trata de posicionarse como un actor que defiende un comercio basado en normas, sostenible y abierto, aunque con mayor capacidad de resiliencia y autonomía.
Una estrategia comercial centrada en los aranceles, como la impulsada por la administración Trump, tiene consecuencias. Aunque el objetivo de revitalizar la manufactura estadounidense es legítimo —especialmente en sectores de tecnología avanzada—, el enfoque basado en barreras comerciales podría terminar socavando los propios fundamentos de la innovación. El ITIF identifica cuatro vías a través de las cuales una guerra comercial perjudica la capacidad innovadora de EEUU: (1) aumenta los costes de producción y reduce la competitividad de las exportaciones; (2) abre espacio a los competidores, especialmente chinos, para ganar cuota de mercado global; (3) genera represalias comerciales que afectan a sectores clave como el tecnológico; y (4) introduce un entorno de incertidumbre que frena la inversión en nuevas capacidades industriales.
Un ejemplo ilustrativo es el caso de los semiconductores. La imposición de aranceles del 25 % sobre componentes esenciales para su producción puede encarecer en más de 100 millones de dólares equipos críticos importados. Esto, a su vez, eleva los precios de los productos finales y limita la competitividad de toda la cadena de valor, desde la computación hasta la automoción. En lugar de fortalecer la industria nacional, esta estrategia corre el riesgo de aislarla —creando una “isla Galápagos” tecnológica— y debilitar su posición en los mercados internacionales.
Mientras tanto, China ha logrado aumentar su cuota en las industrias globales de tecnología avanzada del 5 % al 25 % en apenas dos décadas. Su participación en grandes acuerdos comerciales como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y su estrategia de alianzas con países del entorno asiático le permiten consolidar su influencia, al tiempo que Estados Unidos opta por una posición más aislacionista.
Esto pone en cuestión uno de los supuestos principales de la política comercial estadounidense reciente: que el mercado interno basta para sostener industrias innovadoras. En sectores con elevados costes de I+D y capital, el acceso a mercados globales es indispensable para lograr economías de escala y financiar nuevas generaciones de productos y tecnologías.
En este contexto de competencia feroz y reglas inestables, la UE —y por extensión los ecosistemas de innovación territoriales— deben repensar su papel. Tal como señala el Real Instituto Elcano, la UE tiene la oportunidad de convertirse en un “árbitro normativo” global, promoviendo estándares ambiciosos en sostenibilidad, derechos laborales, digitalización y protección del consumidor. Sin embargo, esto exige reforzar su autonomía estratégica en sectores clave —desde las materias primas hasta los semiconductores—, aumentar su capacidad industrial y tecnológica, y establecer alianzas sólidas con socios que compartan valores y principios comunes.
En definitiva la transición hacia un nuevo orden comercial no está exenta de riesgos. La tentación de cerrar mercados para proteger industrias puede conducir a una pérdida de competitividad y a una menor capacidad de innovar. Pero también hay oportunidades: para repensar las políticas industriales, para fortalecer los ecosistemas de I+D+i y para liderar una globalización más justa, verde y resiliente.
En este contexto, el conocimiento, la colaboración internacional y la anticipación estratégica serán claves. Las decisiones que se tomen hoy en materia de comercio e innovación condicionarán el lugar que ocuparán Europa y sus regiones en la economía del futuro.
La transición hacia un nuevo orden comercial más fragmentado y estratégico exige repensar las políticas industriales y fortalecer los ecosistemas de I+D+i para mantener la competitividad en un entorno global incierto.




