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Ambición para crecer, ambición para innovar

· noviembre 13, 2023 ·

15 de octubre, 2020

Euskadi es un país con una economía constituida principalmente por PYMES; más aún, con una economía representada en gran medida por empresas pequeñas. Ante la relevancia económica de este colectivo lo siguiente es una reflexión sobre la necesidad de aumentar el tamaño de nuestras PYMES para asegurar su supervivencia. Y considero tamaño en un sentido amplio incluyendo grupos y alianzas empresariales.

Una parte importante de nuestras PYMES son empresas con niveles de facturación entre 2 y 10 millones de euros, una zona de confort en términos de beneficios y de empleo. Una situación cómoda que no ha exigido al empresario multiplicar su tamaño. En muchos casos empresas que han crecido al arrimo de un número reducido de clientes de un modo simbiótico. Por una parte, la empresa proveedora ha generado beneficios suficientes para el empresario, y éste no ha sentido la necesidad de crecer, de aceptar nuevos retos. Por otra parte, la empresa cliente ha tenido un proveedor que se ha amoldado a sus necesidades, le ha dado un gran servicio y por tanto no ha buscado más allá de su zona geográfica de influencia. Esta dinámica ha funcionado en el pasado y los pequeños empresarios no han sentido la necesidad de cambiar su modelo de negocio.

Sin embargo, las claves de la competitividad en todos los sectores han ido cambiando en las últimas décadas. La competitividad pasa por gestionar con datos, conocer el mercado y nuestras fortalezas e invertir en tecnologías y personas que empujen el cambio. Algunas de nuestras empresas de referencia han sabido leer estas claves y han cambiado. Han innovado y, sin garantía de éxito, han arriesgado para asegurar una senda de crecimiento.

Cada vez más empresas cliente de las mencionadas arriba han tomado esa senda de la innovación y demandan de sus proveedores una nueva relación. Requieren certificaciones, productividad, inversión, tecnología, gestión digital y están dispuestas a ir lejos de su zona geográfica de influencia si es necesario. Sin embargo, sus proveedores de décadas, muchos de ellos PYMES, se han mantenido en su zona de confort. Observo que el reducido tamaño de muchas de esas PYMES es un obstáculo en este proceso de cambio. Su escasa dimensión no permite generar suficientes recursos para invertir en innovación, ni siquiera para desarrollar los conocimientos que le permitan reflexionar sobre ello. Ese empresario, que tiene en muchos casos menos de 30 empleados, no tiene tiempo en su día a día para gestionar su estrategia. Este fenómeno, que viene sucediendo en muchas empresas, tiene una dimensión importante cuando lo estudiamos a nivel macro. El número de empresas pequeñas y el empleo afectado por esta escasa innovación es relevante. Así lo ha constatado Innobasque y a ello está dedicando una parte importante de su esfuerzo: hacer llegar la innovación a nuestras PYMES.

La última década ha sido complicada y los beneficios han bajado en relación a la década anterior. Muchos pequeños empresarios han llegado a la actual crisis económico-sanitaria cansados. Esta situación, añadida a una escasa ambición e interés en salir de la zona de confort, amenaza a nuestras empresas.

La supervivencia de muchas PYMES pasa por mejorar su competitividad y ello requiere que el pequeño empresario se adapte, mejore; innove. Y ello me lleva al principio de mi reflexión: necesitamos empresarios con ambición, con capacidad de salir de su zona de confort y de asumir riesgos. Es una tarea nada sencilla hoy en día pero el hecho de ser complicada no nos exime de intentarlo y de, quizás, incluso fracasar. Necesitamos ambición para crecer, ambición para innovar.

El virus sí que innova

· noviembre 13, 2023 ·

8 de octubre, 2020

La pandemia originada por el COVID nos ha colocado en nuestro sitio, haciendo más evidentes problemas y situaciones existentes y conocidas desde hace mucho tiempo y aflorando también otras no tan familiares para la mayoría, pero que ya estaban ahí.

Sin embargo, los efectos y consecuencias no han sido iguales para todos los países, y me acuerdo ahora de una frase de un buen amigo que, en referencia a las personas, dice: “Todo le puede pasar a todo el mundo, pero por qué casi siempre les pasa a los mismos”. Esta frase vale igual para los países, pero, con la excusa de falta de espacio en este escrito, no la analizaré y así quedará patente sólo la sospecha de mi incapacidad para hacerlo.

Es curioso que estos virus y éste en particular, mutando constantemente, es decir “innovando” a su manera, ha dado con una fórmula magistral que ha conseguido poner en jaque a la humanidad, que se ha visto obligada a reaccionar en muchos aspectos, entre otros en la búsqueda de la vacuna, para lo que se han puesto cantidades incontables de recursos que suponen pulverizar el tiempo de desarrollo de ésta. Este ejemplo me sirve para resaltar algo tan obvio como que en general, el éxito en la innovación es directamente proporcional a los recursos que se destinan. Sin olvidar la calidad, es importante la cantidad y se aprecia que los países y empresas que más recursos ponen más y mejor innovan y mejor les va.

Otro factor clave para una innovación útil es que centremos la misma en algo que le merezca la pena pagar por ello al cliente o a la sociedad, bien porque satisface una necesidad todavía no cubierta o porque mejora una experiencia existente. Lo mismo se puede decir cuando la innovación es en proceso o en modelo de negocio. Es una pena que tampoco pueda calcular el valor de una buena vacuna contra este innovador virus pero seguro que se aproxima a infinito.  

Pero lo anterior no es suficiente si no se contempla la capacidad de competir y de hacer con esa innovación un negocio sostenible, con recursos propios o colaborando con otros, generando empleo y riqueza para la sociedad. ¿Qué pasa si otro laboratorio da antes con una vacuna o es mejor, tiene un coste menor, una capacidad de producción y distribución mayores y mejores, etc.? En este caso tampoco puedo calcular cuándo, cuánto y cómo, pero el desastre económico es seguro.

Con todo ello, lo que quiero decir es que tenemos muy a menudo un enfoque demasiado ingenieril de la innovación y pensamos que resuelto el problema técnico u organizacional, ya está y no es así. Tener una idea y resolverla técnicamente es muy meritorio pero no suficiente. Hace falta visualizar cómo vamos a competir, por qué el cliente nos va a comprar a nosotros, cómo y por qué nuestro negocio va a ser sostenible en un mundo en el que hay mucha gente pensando y con recursos, y tener una idea original y exclusiva es casi imposible, y todo ello, en un entorno en el que los parámetros económicos que marcan la competitividad mutan como lo hace el virus.

Dicho lo cual y pese a estar convencido de que más innovación y más eficiente es la vacuna que necesitamos, me quedo con la sensación de haber escrito algo que lo sabe todo el mundo. Sin embargo, me vienen a la cabeza muchos ejemplos de que no siempre actuamos así y que además, por ser humanos y quizás por no ser un virus, volvemos a caer en lo mismo.

La innovación, ¿más alla de la tecnología?

· noviembre 13, 2023 ·

16 de septiembre, 2020

Existe consenso suficiente sobre que probablemente la rapidez en la sucesión de acontecimientos y la capacidad disruptiva de los mismos haya sido el elemento más significativo de la crisis del COVID-19. Es decir, una sucesión de profundos cambios en un corto espacio de tiempo ha generado nuevos escenarios de actuación que debe de llevarnos a reflexionar sobre si nuestras propuestas a los mercados y a la sociedad aportan valor de una manera competitiva en esta nueva realidad o si deben ser reformuladas.

Esta modificación de la percepción del valor puede producirse porque la sociedad haya modificado su escala a la hora de categorizar este valor o porque nuestras organizaciones permanecen en escenarios que han mutado de manera significativa.

Siendo la rapidez y la profundidad de los sucesivos cambios una característica de nuestra realidad, parece que la estructura y la cultura de nuestras organizaciones deben responder a este gran reto.  Necesitamos organizaciones con estructuras lo más planas posibles, donde las fronteras de las responsabilidades sean lo suficientemente elásticas como para que nuevas situaciones tengan cabida de una manera natural y donde los centros de decisión sean capaces de decidir probablemente sin las informaciones ni los datos que hoy podríamos considerar necesarios para hacerlo. Estamos en un momento en el que la peor decisión posible es la que se toma tarde o, peor aún, la que no se toma. En definitiva, nuestras estructuras organizativas deben facilitar la intervención rápida, el cambio de estrategia permanente y la comunicación intensiva.

Lamentablemente las estructuras organizativas no son únicamente un dibujo de cajas y de flujos donde estén contenidas todas las funciones desarrolladas; debe de existir una sincronía entre estos y la realidad cultural de nuestras compañías. Una cultura que facilite la colaboración, que premie la decisión rápida, que no penalice el error y que sepa gestionar de manera adecuada la ansiedad de trabajar sin tenerlo todo bajo control, porque no lo vamos a tener.

También nuestras organizaciones deben de estar listas para dar respuesta a un nuevo usuario / consumidor. Nuevo por el lógico movimiento de entrada de generaciones (millennials y Z) al consumo y también por el cambio de paradigma de las generaciones que ya estábamos en él..

Debemos de estar listos para responder a preguntas que antes no nos hacían. No nos preguntarán únicamente qué les ofrecemos y cómo ponemos en el mercado nuestros productos / servicios, sino que comenzarán a preguntarnos por qué y para qué lo hacemos. En definitiva, nos preguntarán no únicamente por el valor que nuestros productos/servicios les aportan a ellos como consumidores sino que nos preguntarán cuál es el valor que como marca/organización apartamos a la sociedad y cuál es el propósito que nos mueve.

Esta es una de las razones principales por las que nuestras organizaciones deben de estructurarse con el objetivo de estar continuamente en contacto con sus clientes/usuarios. Establecer procesos de escucha activa permanente que nos permitan establecer conversaciones con ellos no únicamente sobre productos y servicios, sino sobre valores y creencias.

Para esto debemos de preparar nuestras organizaciones; para que posean competencias innovadoras también en el desarrollo de estructuras organizativas y en la definición de los contactos que debemos de establecer con nuestros usuarios, de tal manera que tengamos en cuenta sus comportamientos, actitudes y valores.

En definitiva, innovar para que nuestras organizaciones sean más ágiles, más colaborativas, más humanas, más trascendentes, más digitales y más sostenibles y sobre todo para que naveguen correctamente en entornos inciertos.

Buenos días, ¿cómo puede ayudarle?

· noviembre 13, 2023 ·

10 de septiembre, 2020

Esta es la frase que muchas veces hemos oído cuando como consumidores hemos entrado en un comercio a comprar algo. Y en esos casos suele haber dos tipos de vendedores: los que intentan “venderte lo que sea” y los que genuinamente quieren saber qué necesitas para poder ayudarte.

Soy consciente de que en época de crisis está siempre la tentación (y por desgracia como hemos vivido en el pasado, la constatación) de que las inversiones en innovación se reducen. Creo firmemente que no es momento de reducirlas, sino de aumentarlas, porque la supervivencia de nuestras empresas depende de que seamos capaces de dar respuesta a las necesidades de nuestros clientes y hacerlo, además, de la manera más eficiente posible.

Pero a la vez que defiendo la necesidad de invertir en innovación y preparar el futuro, soy plenamente consciente de la dificultad de no recortar lo que es para dentro de un año cuando por desgracia, muchas empresas están pensando en la supervivencia de esta semana.

Así que entendiendo esa doble realidad y para evitar que alguien diga que no puede innovar “porque no tiene dinero”, quiero separar la inversión de la mentalidad. Porque igual que los mejores vendedores no son los que más hablan, los que más innovan no son siempre los que más gastan, sino los que más claro tienen qué problema quieren solucionar.

Porque… ¿qué es innovación? Yo suelo decir que innovación “es solucionarle un problema a alguien y que ese alguien esté dispuesto a pagar por ello”. Esta definición, que seguramente es poco académica, me gusta porque pone al cliente en el centro, buscando solucionarle un problema. Pero además, es hacerlo desde un punto de vista que aporte valor. Es decir, no es darle algo por dárselo, sino que el consumidor perciba el valor y esté dispuesto a “rascarse el bolsillo”. Bueno, pues si eso es siempre importante lo va a ser muchísimo más en un contexto donde el dinero va a ser escaso y nuestros clientes van a tener que priorizar en qué lo gastan.

Aunque suene triste por desgracia hay muchas empresas que no tienen claro qué problema quieren solucionar. Pero la verdad es que todas las empresas podemos escuchar a nuestros clientes. Todas las empresas podemos tener reuniones para que nos cuenten qué problemas tienen, qué les genera tensión y qué cosas se pueden hacer mejor. Y es ahí donde la mentalidad de innovar no se puede perder. Porque innovar no es sólo invertir, es también mejorar día a día, ponerse en el lugar de nuestro cliente y pensar cómo nuestra empresa puede ayudarle a solucionar un problema y que nuestro cliente esté dispuesto a pagar por ello.

Igual que el vendedor que más vende y más satisfecho te deja cuando vas a una tienda es el que mejor entiende tu problema y adapta lo que tiene en su comercio para darte respuesta, las empresas que tengan la mentalidad de satisfacer mejor las necesidades de sus clientes serán las que salgan más fuertes de esta crisis.

Y de la misma forma que no cuesta más un vendedor que escucha que uno que habla mucho, nuestra mentalidad con la innovación no sólo no cuesta dinero sino que además nos define como empresa y como país.

Así que preguntemos a nuestros clientes: Buenos días. ¿Cómo puedo ayudarle?

La innovación como proyecto de país

· noviembre 13, 2023 ·

29 de julio, 2020

Demasiadas veces el término “innovación” queda en buenos deseos que no acaban de permear en las organizaciones. Demasiadas veces se diluye en un ejercicio de autosatisfacción cimentado en citas del MIT, la Comisión, Stanford y otras referencias similares, que ejercen de pantalla para que todo siga igual.

Sin embargo, las sociedades avanzan con personas y organizaciones que innovan. El mero hecho de ponerse a innovar conlleva riesgo y decisión porque, ya de partida, pretende transformar lo vigente. Innovar es evolucionar y adaptarse al mundo. Innovar es reconocer el pasado y avanzar. Es, en definitiva, una actitud que da cuerpo y forma a una cultura de evolución permanente, con la convicción de que el futuro se construye en el presente.

Ahora, es una necesidad. La pandemia está acelerando los procesos de transformación que se encontraban en marcha, tanto en el orden geopolítico como en los ámbitos tecnológicos e industriales. Y la Unión Europea ha entrado en un profundo proceso de adecuación de su ecosistema tecno industrial para competir en el mundo. El 2030 está aquí.

Este escenario nos obliga a reequipar la competitividad de nuestro País. Nos exige medidas serias de transformación y adecuación a un mundo diferente a aquél que nos ha permitido disponer de un bienestar que nunca antes habíamos tenido a lo largo de nuestra historia. Este bienestar es el que nos empuja, so riesgo de declive, a trabajar con rigor, estrategia y decisión. En nuestro caso, la innovación es una exigencia para seguir disponiendo de oportunidades vitales para los jóvenes de hoy, que son ya partícipes y protagonistas de nuestro inmediato futuro.

Un somero repaso a nuestro sistema público, educativo, tecnológico y empresarial nos informa sobre la necesidad urgente de su transformación para ser una región europea avanzada. Aquí está el corazón de nuestro desafío. ¿Disponemos de las condiciones adecuadas para ser una región europea que sea parte del ecosistema tecno industrial más dinámico? La pregunta no es estrictamente retórica. Todos estamos llamados a responder.

Empiezo por mi parte contestando con un rotundo SÍ. Sin embargo, esta respuesta positiva se puede transformar -a mayor velocidad de lo que pensamos- en negativa si no articulamos en los próximos 4 años un Proyecto de País para optimizar y muscular nuestras capacidades industriales y tecnológicas; para poner el foco en un modelo educativo que debe responder a los desafíos y necesidades de formación que requiere este siglo; para disponer de un sistema administrativo eficiente y alineado con el nuevo mundo digital, y, en definitiva, un Proyecto de País que responda a los nuevos desafíos en toda su integridad y complejidad.

Innovar es actuar con ambición y humildad. Es cooperar. Es no tener miedo a pensar diferente. Es, en conclusión, no tener miedo al cambio.

Tres retos para la innovación

· noviembre 13, 2023 ·

22 de julio, 2020

Educación, dimensión y emprendimiento. Creo que en el impulso de estos tres factores reside buena parte de la clave para la mejora de la innovación en Euskadi que, como todos sabemos, resulta imprescindible si queremos seguir siendo un país competitivo y, por lo tanto, si queremos mantener nuestro modelo de bienestar social.

No hay que olvidar que la empresa es la principal contribuyente al progreso colectivo gracias a la actividad y el empleo que genera. Si la empresa se queda atrás, el modelo social al que contribuye tan decisivamente también se queda atrás. Y eso es algo que no nos podemos permitir. Estamos pues en una especie de ‘carrera continua’, en la que la innovación resulta determinante. Y llega el momento de acelerar.

Hace pocas semanas un informe del IVIE (con datos del INE y del Eurostat del 2018) situaba a Euskadi a la cabeza del estado en inversión en I+D+I con relación a su PIB: un 2%, muy por encima de la media española (1’2%), pero sin alcanzar todavía la europea (2’2%) y lejos de los líderes. Por otra parte, y según ese mismo estudio, la inversión realizada en ese campo por la empresa privada en Euskadi alcanza, en términos relativos, la de países como Alemania e Italia.

Se podrán valorar de una manera u otra, pero las cifras muestran claramente que necesitamos dar nuevos pasos. A favor, contamos con una administración sensible, instituciones como Innobasque y un tejido empresarial consciente del reto, entre otras cosas, porque su alta internacionalización le da una perspectiva clara de su relevancia. Por el contrario, hay aspectos en los que tenemos una clara posibilidad de mejora. Y es aquí donde entran esos tres factores a los que aludía al principio.

En educación, debemos ser capaces de orientar más a nuestros jóvenes hacia habilidades STEAM porque la ciencia y la tecnología son, sin olvidar los valores, compañeros inseparables de la innovación. Formación Profesional y Universidad deben volcarse en un mayor aprovechamiento del conocimiento que generan para la empresa vasca: ahí empieza la innovación. Conscientes de su importancia, desde Confebask llevamos ya muchos años trabajando intensamente esa colaboración, uno de cuyos últimos ejemplos lo constituye la ‘universidad dual’, pionera en el Estado.

Esa cercanía y transmisión de conocimiento desde la enseñanza a la empresa es el caldo de cultivo para una innovación que asegure su supervivencia a medio y largo plazo.
También debemos ganar en dimensión. A mayor tamaño de empresa, más investigación, más innovación y mayor resistencia a crisis como la actual. Es cierto que, en los últimos años, la dimensión media de las empresas vascas había ganado terreno hasta acercarse al ratio de la UE, pero aún estamos muy lejos de dos de nuestros principales competidores, como son Alemania y Reino Unido, en donde el número medio de empleados en sus empresas es del doble que en las vascas. Y es de prever que la actual crisis no ayude a mejorar esa comparativa.

Y, por último, qué decir del emprendimiento. Vivimos en una sociedad en donde el papel que juega la empresa no es, en muchas ocasiones, suficientemente valorado. Los conceptos de riesgo, esfuerzo y recompensa acorde al trabajo realizado se sustituyen a menudo por otros de menor implicación personal que conducen a una histórica apatía social por el emprendimiento en Euskadi. Tenemos que encontrar la manera de revertir esa tendencia. En definitiva, tres grandes retos y nuevos discursos. Eso también es innovación.

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